Prólogo del catálogo de la instalación 'Estar en entre...'

Prólogo del catálogo de la instalación 'Estar en entre...'

Por Julio Sanchez
Lic. en Historia del Arte

“Inventamos grandes charcos para convertirnos en la gran rana”.
James Turrell
El hombre moderno se ha empeñado en construir un sistema de ideas que lo ubican en el centro del universo.
El universo de su propio ego.
¿De qué vale escribir un cuento de hadas donde el príncipe es el propio autor? La instalación que presenta Marina Papadopoulos apunta hacia este interrogante. ¿Cuál es el sentido de construir una gran civilización si no podemos ver más allá de los límites autoimpuestos? La obra se llama Estar entre… evocando un texto de Julio Cortázar. El título alude a un espacio indefinido, un límite ambiguo entre dos territorios móviles. Expresa una decisión que no se toma, un lugar que permanece inconquistado. Por lo menos todavía. La instalación consta de tres capítulos, no necesariamente consecutivos.
En uno de ellos el texto está planteado en unidades de hierro. Son bloques rectangulares, forma ésta derivada del cuadrado y preferida por los suprematistas porque no se encuentra en la naturaleza; fue creada por la mente racional y como tal es inalterable e insensible a las mutaciones de los ciclos biológicos. Estas formas están vinculadas a la estética del postminimalismo; es decir, mantienen la rigidez y solidez del minimal pero atenuadas con referencias afectivas y a la experiencia. En los bloques hay algunas aberturas que se insinúan como puertas y ventanas. Cada bloque evoca un edificio y todo el conjunto una ciudad. En escala, esta metafórica ciudad puede ser vista desde arriba; un espectador puede dominarla con su mirada. Del mismo modo en que el hombre de hoy puede contemplar todas sus creaciones, sus ciudades y las ideas rectoras que las generaron. Y se pregunta, ¿es esto lo que realmente quería? ¿Es éste el territorio urbano que necesita para vivir? ¿O el espacio requerido era otro?
Hay algo que falla. Las puertas y ventanas no conducen a ninguna parte y hay escaleras muertas por todos lados. Y algo peor, el hierro, que parecía tan eterno, ha comenzado a oxidarse y a deteriorarse.
En otro capítulo de la instalación hay un enorme bloque de luz encerrado entre cuatro paredes cuyas aristas no se unen. De cada extremo se filtran rayos de luz. Si nos acercamos podremos ver sobre el cubo luminoso unos objetos hechos en jabón que recuerdan vagamente al minarete de la Gran Mezquita de Samara, o a la Torre de Babel del Génesis bíblico. Si el otro espacio tenía un carácter profano, éste parece un espacio sagrado de templos imprecisos. Aquí también hay escaleras que no conducen a ninguna parte. Si allá el material era duro, aquí es mórbido y frágil, pero también engañoso: con la apariencia de un alabastro y la consistencia de una pasta. Tanto el jabón como el hierro no parecen escapar al ciclo natural de la degradación, más tarde o más temprano el tiempo actúa sobre ambos. Los deseos de perpetuidad se desvanecen. Estos dos capítulos de la instalación parecen aludir a algo más que una ciudad.
Hay un tercer capítulo, el más sintético de todos, con un bloque de hierro algo mayor con una escalera que se eleva hacia lo alto. Es como un respiro después de tanta opresión. Cuando el espectador rodea este objeto y se coloca en el lugar adecuado una luz se encenderá para iluminarlo. El punto de interés se desplaza ahora hacia el espectador que ocupa un lugar que no existía antes.
Asimismo las posibilidades de ver más claro son mayores. La instalación de Marina nos muestra que muchas veces las construcciones culturales del hombre se convierten en su propia trampa. A lo largo de la historia de la humanidad se inventaron innumerables dispositivos - materiales e inmateriales- que encerraron al hombre en su propia telaraña. Y la pregunta es ¿hacía falta todo esto?, ¿o el homo faber, fue artífice de la cultura sólo para ubicarse en el centro de su propia creación?. La respuesta queda pendiente. Lo cierto es que Marina pone en entredicho los sistemas establecidos y propone un espacio más despejado para transitar. El camino no está trazado todavía, habrá que buscarlo. Todo parece indicar que no está precisamente afuera. Y que será bastante solitario, aunque recompensante.